viernes, 28 de agosto de 2015

140



Una vez un estornino azul luchador de vientos alisios y corrientes eléctricas, decidió subir al cielo a protestar. Cansado de su abandono, pidió clemencia a la tierra y le gritó:

Somos un ejército de 140 reclutas que vinieron a hacer ruido. 140 oportunidades para arrancar ese insulto preso de tus entrañas sin que nadie te quite las ganas. Para liberar tu furia, tu lado más temido e incluso tu empatía con terremotos que ni siquiera te aterran.

Somos 140 baldosas que se asientan en la zona de confort con el poder de hacer levantar a miles de sustos. 140 periodistas muertos a manos de islamistas que no tienen hueco en discursos. Somos 140 víctimas de manifestaciones que no vislumbraron luz en ningún túnel, vieron como unos guantes negros le obligaban a tragarse la lucha, por dos billetes más en huchas capitalistas.
Son 140 muros los que separan nuestras ideas de las suyas y aún así nadie ha sido capaz de desmoronarlos por si mordemos. Por si nuestras palabras son capaces de encontrar su pecho y no sentir bulto. Por si le da por pensar y verse con 200 mil celdas y 40 millones de presos. Y sí, también somos 140 putos poetas muertos, con fuego en mano que ni la más temible de las guerras civiles pudo apagar.

Es así como el gran estornino, que había puesto en pie a todas las nubes, añadió: si ellos tienen 140 maneras de callarnos, nosotros tendremos 141 motivos para quitarnos la mordaza.

viernes, 21 de agosto de 2015

Decreciendo

Con la boca aún llena de curiosidades me interesé por el aguijón de aquella avispa acosadora de margaritas y tripulantes pétalos con algún absurdo nombre en latín.
- Pero... ¿y por qué pican?
- ¿Son malas? ¿Pero si son bonitas y parecen inofensivas?
Aquella señora de gran entrante y pocos amigos se quitó las gafas y me dijo: ¿tienes que preguntarlo todo niña? ¿acaso no ves que hasta lo más bonito puede ser dañino?
- Los pasteles son muy ricos ¿verdad?, pero mira lo que hacen - añadió mientras se señalaba sus curvas envueltas en una gran falda de tubo. 
- ¡La vida no es tan bella como nos engañó Roberto Benigni, ¡y ahora vete y regresa a tu fila!
Muy maja no era, pero le tenía cierto aprecio. La llamábamos la teniente "choped", pues con esos atuendos con los que iba, razón no nos faltaba.
Llegando a casa me surgió otra duda y cuando vi a mi hermana calzarse sus enormes tacones otra. Y así hasta la visita de Morfeo y el caer rendida al columpiar de las estrellas.
La infante constante y preguntona tenía una jirafa como amigo invisible porque decía que un humano no vería por encima de los muros del laberinto y no podría guiarle por el camino adecuado. Mientras lo observaba todo, se fue haciendo alta y gruñona, y al fin se le quitó esa idea demente que se le ocurrió cuando aún le bailaban las paletas. Empeñada en que el mundo redondo no existía, el mundo era una torre de naipes y los lugares estaban unos encima de otros formando una pila.
Soy de la generación de los 90 y todavía me cuesta asimilar la cantidad de alborotos vividos desde el olvidado 11M hasta el impensable pluralismo político que nos pilló a todos por sorpresa, decidiendo qué camino de la bifurcación tomar; si el camino hacia el lodo o el arroyo.
Crecí, crecí y deje de preguntarme, Empecé a comprender que la teniente choped tenía razón, los pasteles engordan y la vida sin ellos es agridulce. ¡Qué dilema! aprendí también, que los toboganes pueden hacerte daño y de las alturas ni hablemos. Pero ya era una señorita hecha y derecha con lo cual era demasiado lista para evitar daños y engaños innecesarios.
Lamentablemente este cuento se acaba en donde la vida no sé por qué ni con qué permiso decidió terminar de hacerme mayor y lo peor de todo decidió darme eso a lo que todos llaman cordura.
Y aquí, me despido pero sin antes hacer una última pregunta, ¿en qué momento de la madurez toca la sirena del patio? Esto de estar cuerdo empieza a ser un poco monótono.