viernes, 21 de agosto de 2015

Decreciendo

Con la boca aún llena de curiosidades me interesé por el aguijón de aquella avispa acosadora de margaritas y tripulantes pétalos con algún absurdo nombre en latín.
- Pero... ¿y por qué pican?
- ¿Son malas? ¿Pero si son bonitas y parecen inofensivas?
Aquella señora de gran entrante y pocos amigos se quitó las gafas y me dijo: ¿tienes que preguntarlo todo niña? ¿acaso no ves que hasta lo más bonito puede ser dañino?
- Los pasteles son muy ricos ¿verdad?, pero mira lo que hacen - añadió mientras se señalaba sus curvas envueltas en una gran falda de tubo. 
- ¡La vida no es tan bella como nos engañó Roberto Benigni, ¡y ahora vete y regresa a tu fila!
Muy maja no era, pero le tenía cierto aprecio. La llamábamos la teniente "choped", pues con esos atuendos con los que iba, razón no nos faltaba.
Llegando a casa me surgió otra duda y cuando vi a mi hermana calzarse sus enormes tacones otra. Y así hasta la visita de Morfeo y el caer rendida al columpiar de las estrellas.
La infante constante y preguntona tenía una jirafa como amigo invisible porque decía que un humano no vería por encima de los muros del laberinto y no podría guiarle por el camino adecuado. Mientras lo observaba todo, se fue haciendo alta y gruñona, y al fin se le quitó esa idea demente que se le ocurrió cuando aún le bailaban las paletas. Empeñada en que el mundo redondo no existía, el mundo era una torre de naipes y los lugares estaban unos encima de otros formando una pila.
Soy de la generación de los 90 y todavía me cuesta asimilar la cantidad de alborotos vividos desde el olvidado 11M hasta el impensable pluralismo político que nos pilló a todos por sorpresa, decidiendo qué camino de la bifurcación tomar; si el camino hacia el lodo o el arroyo.
Crecí, crecí y deje de preguntarme, Empecé a comprender que la teniente choped tenía razón, los pasteles engordan y la vida sin ellos es agridulce. ¡Qué dilema! aprendí también, que los toboganes pueden hacerte daño y de las alturas ni hablemos. Pero ya era una señorita hecha y derecha con lo cual era demasiado lista para evitar daños y engaños innecesarios.
Lamentablemente este cuento se acaba en donde la vida no sé por qué ni con qué permiso decidió terminar de hacerme mayor y lo peor de todo decidió darme eso a lo que todos llaman cordura.
Y aquí, me despido pero sin antes hacer una última pregunta, ¿en qué momento de la madurez toca la sirena del patio? Esto de estar cuerdo empieza a ser un poco monótono.

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